Todos guardamos buenos recuerdos de aquellos tiempos de la infancia, cuando se acercaban las vacaciones de Navidad. Sin duda, buenos recuerdos por varias razones: la primera de ellas, porque decíamos bye bye a los profesores, y eso siempre tiene connotaciones positivas, aunque fuera por tan sólo dos semanas. La segunda, porque algunos solíamos ver por aquellas fechas a primos, tíos y/o abuelos que durante el resto del año era difícil que coincidieran a la vez, a modo de macro evento familiar. Y la tercera, más emotiva aún o materialista según se mire, porque venían… los Reyes Magos o Papá Noel.
Efectivamente, huir del colegio temporalmente era algo común para todos los niños. Aguantar a / disfrutar de nuestros allegados día sí y día también, llegando hasta un enfoque en la marca Familia a veces soporífero, era otro denominador común. Incluso todos esperábamos los regalos de aquellas fechas, que tanto ansiábamos. La disyuntiva era clara, quién te traía los regalos: ¿tres señores montados en camellos o un gordito simpático vestido de color Coca·Cola?
Era algo así como uno de los slogans de KAS: “¿y tú de quién eres, de Papá Noel o de los Reyes Magos?”. El primer día de clase del nuevo año se escuchaban cosas como “A mí me lo ha traído Papá Noel”, a lo que otro niño contestaba: “Eso no puede ser, en mi casa dicen que ese gordito simpático es un invento americano, los que molan de verdad son los Reyes Magos”. O “Papá Noel no existe”; “Mentira, son los Reyes los que no existen”. “Es verdad, los Reyes Magos tampoco existen: son los papás”.
Existieran o no, el caso es que sin darnos cuenta estábamos asistiendo a una batalla entre dos grandes marcas, Santa Claus y los Reyes Magos, por hacerse con el liderazgo de la categoría Navidad.